Minientrada

El monstruo de la adrenalina

La ansiedad es un monstruo que vive y se alimenta de adrenalina. Cuando algo nos
avisa de que hay un peligro, como cuando comenzamos a bajar una escalera mucho
más empinada de lo esperado, realizamos una descarga automática de adrenalina y el
monstruo que estaba dormido se despierta y logra que de forma automática nos
agarremos a la barandilla y no nos caigamos. Luego, aunque ya no haya peligro de
caernos, el monstruo permanece con nosotros, porque mientras quede en nosotros
adrenalina el monstruo podrá alimentarse de ella para vivir. Cuando pasa el tiempo
sin que veamos un nuevo peligro, el cuerpo recupera su nivel normal de adrenalina y
el monstruo queda en estado de hibernación, porque no tiene suficiente alimento.
Cuando es el propio monstruo el que nos da miedo y lo queremos echar del cuerpo, y
luchamos para que desaparezca de inmediato, volvemos a hacer otra descarga de
adrenalina para poder realizar el esfuerzo de luchar contra él. El monstruo, encantado
porque tiene más alimento, crece y se hace más amenazador, nos dice que va a
comernos el cerebro, que nos va a dañar el corazón, y, cuando se siente fuerte, que
nos puede matar. Si aceptamos al monstruo en nuestro cuerpo y no hacemos nada
para que se vaya, no lucharemos y no generaremos adrenalina; por tanto dejaremos
de darle alimento y el monstruo volverá a su estado de hibernación. Para hacerlo
tenemos que atrevernos a correr el riesgo de que no se vaya, porque no estamos
haciendo nada para echarlo. Tendremos que acostumbrarnos a escucharle decir cosas
tan fuertes como: “¿Y si no me voy y te da un ataque al corazón o te vuelves loco,
o te sientes tan mal que vas a morirte?” y no tendremos que hacer nada de lo que
implícitamente dice: “¡Lucha!, ¡Huye!”, pese al miedo que sentimos.

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La vida es metáfora

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En este blog ya hemos hablado sobre metáforas en diversas ocasiones, ya que es un recurso que utilizan frecuentemente los psicólogos a la hora de intervenir con sus pacientes, normalmente para hacerles más sencilla una temática, poner un ejemplo o tratar de facilitar la comprensión de un aspecto de su vida, de su problema o del tratamiento, por tanto, el tener disponible  una metáfora para un paciente, en un momento dado, se convierte en una habilidad importante del terapeuta, que ayudará a aquel a la compresión.

Lo que aquí entendemos como metáfora no es el recurso literario puro, si no una analogía o comparación de dos cosas u objetos en cuanto a su similitud en algún aspecto de los mismos.

La sabiduría popular nos ofrece un buen muestrario de metáforas en su refranero, por ejemplo: “Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija” (está comparando algo así como una buena compañía humana con un árbol de gran copa y la sombra del árbol con la protección o el buen consejo que nos puede ofrecer esa compañía); “más vale pájaro en mano que ciento volando” (asimila los pájaros con posibles oportunidades y el pájaro que tenemos con lo que ya poseemos). Asimismo, podemos encontrar numerosos ejemplos en la literatura, en general, y en la poesía, en particular, y en nuestro lenguaje del día a día.

Como dijimos, en terapia psicológica se utilizan mucho estos giros, habilidad que requiere de la experiencia y de la agilidad mental del terapeuta. Por ejemplo, contar una historia que conocemos ya que consideramos que tiene similitud con la preocupación o el problema que tiene nuestro paciente; describir el estado de ánimo depresivo como una losa sobre la espalda de la persona; considerar la ansiedad como un humo que se expulsa cuando realiza una técnica de respiración (para poder controlarla); ver el llanto como un río que se lleva una sustancia tóxica (estado de ánimo negativo); imaginar el problema del paciente como un pozo del que puede salir trepando por las paredes, etc. Para el paciente, el poder observar el problema de esta forma puede ayudarle a controlar, manejar o mejorar su problema y, sobre todo, a entenderlo mejor, es decir, si lo imagina como una losa, puede verse a sí mismo haciendo un gran esfuerzo para levantarla; si imagina la ansiedad como humo, puede verse expulsándolo en cada respiración, y así sucesivamente.

Algo menos común y que se ha tratado en menor medida en los textos sobre psicología, es cómo plantean los pacientes sus propias metáforas y qué nos dicen estas sobre cómo ven ellos el problema y, realmente, son hechos bastantes curiosos. En el libro Técnicas Narrativas en Psicoterapia, el autor, Jesús García-Martínez (2012), señala las implicaciones que pueden tener las metáforas del paciente. Podemos tener dos pacientes depresivos, uno nos dice que se siente hundido, otro que está en un túnel; en el primer caso, su manera de ver la depresión es que se sitúa por debajo, que es inferior (está relacionado con su autoestima); en el segundo, que está rodeado de oscuridad y en un ambiente opresivo (está perdido, el entorno que le rodea le agobia). Como podemos ver el problema es el mismo y en ambos casos se sienten asfixiados, pero su manera de ver y de explicar su dolencia es distinta y esto debe tenerlo en cuenta el psicólogo a la hora de plantear su tratamiento. Si una persona expone una metáfora, hay que ayudar a que despliegue las implicaciones de la misma, preguntando sobre ella, solicitando que la describa, que la desarrolle; existen personas que ven su problema como un disfraz que llevan continuamente, o como un bote que va a la deriva, o como un disco rayado que chirría, ya que parece que la situación se repite constantemente, etc. Asimismo, no está de más que la persona analice el problema teniendo en cuenta las metáforas que pone en marcha en su cabeza, le harán comprender el mismo en gran medida.